Me autodefino como una veraniega noche de 1993 en la que sonaba la canción de «Boig per tu».
Adoro los atardeceres y las historias, y si pudiese, aprendería un poco de todo.
Desde que era pequeña, por las noches me convierto en búho. Me cuesta conciliar el sueño y eso, a veces, no es tan malo como parece. El silencio que se hace en casa cuando todos duermen provoca que mi imaginación salga de la cama y se calce los zapatos. Pasea de puntillas por casa, en busca de historias divertidas y originales, y las trae, obediente, cerca de mi almohada. Así, algunas noches aparecen palabras en mi habitación. Es entonces cuando tengo que encender la luz de la mesita de noche, ordeno las historias y las guardo en una libreta por si alguna vez alguien quisiera leerlas.
Si tuviera que elegir tres libros para llevarme a una isla desierta escogería: el cuento de El Principito, cualquiera de los relatos cortos de Quim Monzó y el poemario El sol y sus flores de Rupi Kaur.